lunes, 21 de abril de 2014

Extra-leyenda Quiteña

sobre la iglesia San Fransisco y su llamativo diseño yace una fascinante historia y un tanto misteriosa por aquel motivo me aparecido muy bueno compartir esta leyenda.

Cantañuna 
Hace mucho tiempo, durante los primeros años de vida colonial en la ciudad de Quito, cuenta una narración antigua que los primeros frailes franciscanos contrataron a un indígena conocido con el nombre de “Cantuña” para que construyera el atrio de lo que sería el monumental Convento dedicado al Santo de Asís.
El indígena, llevado quizá por la sed de oro o el ansia de gloria, cometió la locura de firmar solemne compromiso para construir tan grandiosa obra sin darse cuenta que no alcanzaría a cumplir a tiempo con el mencionado contrato.
El tiempo pasó y cada vez más se acababa el plazo para culminar la obra que en su construcción estaba a la mitad. Con el esfuerzo humano era imposible culminare el ofrecimiento en el tiempo restante.
Loco de dolor, fatigado, consumido por la desesperación y los temores, Cantuña, en su casa, pensaba:
“¡Faltan  pocas horas para terminarse el plazo!. Y no he podido culminar mi obra. Sólo me espera la humillación y la cárcel!”
Los sueños de dicha y de grandeza, que alimentara el  indígena, se iban abajo ante la realidad terrible. El contrato no sería cumplido y sabía que pronto sería arrojado a la obscuridad fría y desoladora de una celda.
Moría la tarde en un crepúsculo de fuego. Las campanas de las escasas iglesias llamaban con sonoridad a la oración de la tarde; en el ambiente flotaba un perfume campesino y puro, la poca gente se dirigía al templo, o, presurosa, a encerrarse en el hogar.
Cantuña por su parte, jadeante y ansioso, recorría a largos pasos su habitación. Se encomendó al Divino Creador con rezos y súplicas para que le hiciera el milagro de ver culminada la construcción de su atrio. Conforme iban saliendo de su boca las palabras de la oración, un consuelo de esperanza parecía descender sobre él. Acabada la súplica, el indígena se dirigió a la obra inconclusa con la confianza de que el Divino Señor había atendido su ruego.
Por un ángulo de la plaza, envuelto en amplio poncho, apareció Cantuña. Sus ojos creyeron divisar, en la espesa niebla, a obreros divinos que daban la última mano al atrio gigantesco. Palpitó su corazón de gozo y por un instante una oración de gratitud brotó de sus labios. Pero la visión alegre se esfumó como se esfumó la niebla que envolvía a la construcción, y vio con desalentadora tristeza que sus súplicas no habían sido escuchadas, ¡se había engañado!, el atrio inconcluso apareció de las sombras. La ira salió de su corazón acompañado de blasfemias que vibraron por todo el espacio.
En ese momento, justo cuando las maldiciones descendían de su clímax, de entre los montones de piedras mal apiladas salió un personaje misterioso, envuelto en manto rojo; rostro negro; sudoroso; con sonrisa hipócrita dibujada en su boca enorme; poco a poco, el fantasma, se acercaba al espantado indígena.
“¡CANTUÑA!”,
  Lo llamó…
“¡Sé cuál es tu dolor!”. “¡Sé que mañana serás desgraciado y sin honra!”. “Pero yo puedo consolarte en tu aflicción…” “¡SOY LUCIFER y he venido a ayudarte!”; “¡Antes de que asome el alba el atrio estará concluido; tú, a cambio, me entregarás tu alma!”
“¿Aceptas?”
Preguntó el demonio…
…y en un estado de shock, con el rostro pálido y el cuerpo lleno de frío, el indio Cantuña, dejándose llevar por su pena y el terrible miedo, sin pronunciar palabra alguna, y afirmando con su cabeza, aceptó el trato.
El asustado Cantuña puso tan sólo una condición. Entre dientes y mirando al suelo dijo:
“… si al amanecer, antes de que se pierda el sonido de la última campana del Avemaría, no está concluido el atrio; si no se ha colocado hasta la última piedra, si faltase una sola, óyelo bien, el trato será nulo”.
Contestó el Demonio.
“¡Hecho. Que así sea! ¡Firma el documento!”
Poco después, sentenciado y maldito, volvía el triste Cantuña a su vivienda. Lágrimas abundantes corrían por el rostro moreno del runa. Ferviente imploró al cielo perdón por su culpa y remedio para su alma...
Al día siguiente, cuando empezaba a romper el alba, Cantuña se dirigió presuroso a la construcción de la obra. Al llegar, miró que millones de diablos cruzaban, como lenguas de fuego, por el espacio, ocupados en la construcción del atrio que majestuoso se alzaba...
Y el alma, la pobre alma del indígena, estaba ya perdida. La aflicción era demasiada, se arrepintió tantas veces por ese pacto, estaba condenado a terminar sus días en el infierno, no tenía salvación… cuando pensaba todo esto fue en  un instante que se preguntó:
“¿Realmente no tengo salvación…?  ¿Aún queda esperanza…?
Y secando sus lágrimas con el poncho que llevaba puesto alzó  a ver hacia la construcción y vio hacia el fondo realmente una esperanza, aunque lejana pero esperanza al final. Se levantó y sigiloso caminó hacia el atrio… se le  ocurrió un plan, que significaba una sola oportunidad. Sin dudar la llevó a efecto.

Pasó el tiempo y la obra estaba terminada. El Diablo frotándose las manos sonreía. Lentamente y con sonidos graves  sonaron las cuatro campanadas que anunciaban la aurora de aquel día.
“¡VICTORIA!”



Rugió victorioso Luzifer…
Pero esa emoción endemoniada expresada en su rostro se vio interrumpida por otro grito, un grito temeroso y tímido… 
“¡…la victoria es mía!” “¡…faltó de colocar una piedra!”
Fue el indio, quien con temeridad y susto contradecía a Satanás. En efecto, un bloque, uno solo faltaba aún de colocar. El asustado indígena en su desesperación por librar su alma de la condenación del infierno escondió una de las piedras de la construcción debajo de su poncho sin que ninguno de los demonios se percatara de eso. El alma de Cantuña habíase salvado.
Satanás, sorprendido, pegó un alarido de indignación. El  príncipe de las tinieblas  fue engañado y humillado por un mísero humano. El dueño del engaño y la falsedad se vio ridiculizado por la inteligencia  de un indio.
¿Cómo pudo suceder?”
“¡Me has engañado!. ¡Cantuña! ¡Cantuña!. Tu nombre será recordado por siempre hasta el final de los tiempos. El indio que engañó al Diablo. Tuviste suerte esta vez… pero aún así, no dejaré de tentarte y ofrecerte mis más “nobles” servicios a ti y a toda tu descendencia.
 Luego de decir esto, el Diablo junto a sus vasallos diablillos, se refundió en lo más profundo de la tierra.
El alma del indígena se había salvado gracias a un acto insuperable de picardía. Finalmente quedó para la posteridad, el Atrio majestuoso que decora la fachada del Templo Máximo de San Francisco de Quito, y el recuerdo de esta peculiar historia en las mentes de las gentes como uno de los relatos más tradicionales de esta ciudad.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario